Memoria e Identidad

Recuperar la Memoria colectiva de hechos y acontecimientos es generar honor y respeto. Permite que uno genere flexibilidad, en la medida en que dejamos de ser prisioneros de un punto de vista, y esto nos da la posibilidad de aprender de la experiencia.

Estamos ocupados en la Recuperación de la Memoria de la colectividad montañesa cántabra en Argentina, de sus vicisitudes y de sus consecuencias intergeneracionales.

Es mucho lo que se habla acerca de las migraciones y poco lo que se conoce si no hay un acercamiento a sus actores. Recoger testimonios y reflexionar acerca de ellos brinda da elementos de comprensión acerca de quienes somos nosotros, sus hijos portadores de una doble nacionalidad. Para ello debemos ubicarnos en el tiempo y el contexto que define y marca. 

No fueron  lo mismo los aconteceres de las corrientes migratorias de comienzos del siglo XX, de  las de los 50 y de las de los 90.


A principios de siglo, durante los años 20 encontramos  experiencias vividas  por  jóvenes de una época donde el concepto de infancia era otro,  niños y adolescentes no recibían la misma consideración que en la actualidad. No se acordaban decisiones con los adultos, debían respeto y obediencia a los mayores y el trato era distante y formal.

En general  provenían  de familias, donde se les proponía desde muy pequeños protagonismo dentro de un  trabajo familiar altamente organizado para la subsistencia, en zona rural. Estas vivencias en edades tempranas seguramente favorecían personalidades que hemos conocido muchos de nosotros: seres inteligentes muy activos, exigidos y hábiles, en un ambiente muy estimulante,  protegidos por un orden y un mando generado por adultos.


Muchos de ellos vinieron sin sus padres, solos o acompañados por hermanos o a reunirse con hermanos o  tíos que “los llamaban”.

“Mi padre nos dijo a mi hermano y a mí que nos íbamos a ir a la Argentina y en aquel momento era así, nadie te preguntaba nada! Era enorme el respeto…”. Algunos fueron mandados, otros fueron con su sueño y recibieron  apoyo , eran   tiempos de  información  precaria  acerca de Argentina, incertidumbre y  conceptos generales como: “hay trabajo y mucho”..  

Con la emigración sus vidas fueron quebradas en un instante, librados a la propia determinación, la  búsqueda de trabajo, casa y amistades, siendo desconocedores del anonimato de la ciudad o de la falta del entorno familiar. Aquí se encontraron con semejantes y construyeron un nosotros que dio lugar al  surgimiento de Instituciones y Centros, verdaderos sostenes de identidad. 

Las características de los 50 son en parte distintas, venían de una Europa arrasada por guerras, contaban con  mayor información y menos incertidumbre. Era la “Argentina tierra de promisión”, “la Argentina de los Derechos Sociales” de la posibilidad del ascenso social, la de “Los únicos privilegiados son los niños”, donde la perspectiva universitaria no era tan distante para sus hijos.


En los 60, Europa ella es gran poder de atracción cerrándose un ciclo en Latinoamérica hasta los 90 con la implantación del empresariado español y la llegada de un nuevo inmigrante: el personal directivo.

En la  colectividad cántabra, el arraigo a la identidad ha sido intenso, y más fuerte aún la identidad regional “Yo soy montañesa, castellana de Santander, ahora Cantabria y nunca me nacionalicé, a pesar de bendecir esta tierra”  en un tono que revela orgullo, la valentía del que no se doblega frente a la adversidad.

“Me dijo un tío antes de marchar, puedes irte hijo mío, enfermar o morir pero jamás volver sin haber triunfado”. El sobrevivir a la recesión de los 30. era duro para los jóvenes, “volver… habiendo triunfado”… La juventud y el trabajo arduo eran sentidas como armas de lucha y semillero de emprendimientos pequeños y  volver era  un  sueño. Tal vez para mostrar que podían, que eran fuertes, que podrían estar orgullosos de ellos, siempre bien arreglados ordenados y “Siempre tuve algo en el bolsillo para invitar a un amigo a tomar un café”.

Lo de acá era incierto y la esperanza es contagiosa. ¿Y nosotros sus hijos? ¿Qué compartimos de esta experiencia ? Que éramos diferentes lo sabíamos, que nuestros padres hablaran con acento era así, como usar tacos altos y pintarse los labios de colorado, era así. 


Concurríamos a la escuela con rubiecitos hijos de italianos, polacos de ojos azules, judíos que hablaban rarísimo en las casas, los chicos de los papás turcos con músicas extrañas, los chicos de papás del interior que tomaban mate, trigueños y también hablaban diferente. ¡Era así!


El gato, la zamba ,el pericón y  las canciones patrias, eso era del colegio.

Lo nuestro era el pasodoble, que te hacía poner de pie, y una emoción te corría por la columna vertebral, las sonrisas asomaban y todos bailaban, también la jota. Lo de las sevillanas era ya algo especial y cuando venían los madrileños y batían palmas, todos cantaban y la gaita inundaba el alma. Eso éramos nosotros, orgullo en el conjunto de danzas que allí, en el Centro Montañés  estaba esperándote. Y el Allá….


Y en la adolescencia “debes estudiar o trabajar, para ti, debíamos elegir, ahí todo se nos ponía oscuro. ¿Qué… contador, abogado?. Lo de médico ya parecía mas improbable,  ah! Podías ser escribano, el resto no parecía tener existencia y si eras mujer: maestra y ese… “adonde van a ir…” no era el desaliento explícito,  sino era el temor a lo extraño, ¿a dónde?

Llamaba la atención por ese entonces la escasa cantidad de hijos de paisanos estudiando en la universidad, muchos trabajaban con sus padres.


La Universidad era la entrada al mundo del conocimiento, al de hogares de otras costumbres, con distintas modalidades de apoyo. Nosotros: “Tú sabrás, tú verás, si no quieres trabajar con nosotros… uno no sabe donde te metes… fíjate” y a la vez el acompañamiento en lo concreto.


Algo veía en común con los otros padres, el sentido del progreso, la lucha contra la pobreza, ahí turcos, japoneses, judíos e italianos  parecía que sentían lo mismo, creí descubrir el sentido de hermandad y eso me gustaba tranquilizaba.

En nuestros padres la lucha contra la injusticia, era un eje, así como la construcción, la solidaridad, era el “haz bien sin mirar a quién” y ¿nosotros los hijos de los inmigrantes, los  portadores de la doble nacionalidad? ¿Es lo mismo doble nacionalidad que identidad? ¿Quiénes somos? ¿Cómo somos? 

Tratamos de dar respuesta a estos interrogantes, sabemos que hay familias que en su proceso de adaptación tuvieron hijos que tienen doble nacionalidad y otras cuyos hijos además de doble nacionalidad tienen una  identidad extraña: argentinos del colegio o la Universidad que se sienten argentinos, que les conmueve lo argentino pero que también se sienten pertenecientes a un Allá, dulce y añorado.

Que conocen costumbres, sabores, decires, sentires, de algo que tal vez ni es territorio, es tradición: orgullo de gente simple trabajadora, ligada a ancestros, reivindicadora de lo bueno, de lo justo y de lo bello, del progreso y de la unión entre los hombres. Luchadores contra la pobreza, transformadores  de haber hecho desde la nada: como ir a buscar el pienso bajo la piedra. Como el labriego,  pescador o el carpintero, orgullosos de su capacidad de transformación de la realidad. 


Son argentinos y españoles, donde la doble nacionalidad no es simplemente un recurso potencial, son rasgos de identidad sobre los que nos debemos reflexión acerca de los valores que hemos recibido y la historia de  ese proceso migratorio, que  sin duda  tuvo enorme influencia en nuestras vidas, y en nuestra construcción como personas.


Por lo que nos contaron y por lo que callaron, por lo que creímos y no fue y por lo que imaginamos.

Lic. Beatriz Miranda