Si queremos fijar un punto de partida para este tema, tendríamos que remontarnos a un pequeño grupo de paisanos que, ya desde las primeras décadas del 1900, se propondrán aunar a los oriundos de lo que hoy constituye Cantabria, tanto de su zona rural interior caracterizada, como se dijo, por una economía de subsistencia, como así también de la zona costera cuyos habitantes, desde hace siglos, estarán más habituados a la navegación y, por ende, a desplazarse con mayor facilidad.
Esto constituirá un activo demográfico estructurado en una “cadena” migratoria de carácter familiar y vecinal, cuyos eslabones se irán insertando de manera complementaria en un país donde existía una gran necesidad de mano de obra y donde “todo estaba por hacerse” (recuérdese la frase de Juan Bautista Alberdi, uno de los inspiradores de la Constitución Argentina, que afirmaba que “gobernar es poblar”, en función de la gran extensión territorial del país y de su escasa población).
Esta es, entonces, la complementariedad (por lo general el inmigrante, según sus propias palabras “va adonde se pueda vivir bien”) que se necesitaba para satisfacer ambas necesidades. Y es en esta síntesis de demandas que se estructurará y direccionará la emigración española en general y la montañesa en particular hacia América y específicamente hacia tierras argentinas.
En 1911 más de 4.000 personas saldrán de Cantabria, alcanzando esta región su máxima anual, siendo los viajeros en su mayoría varones. Los destinos preferidos en América en los años siguientes serán Cuba, Estados Unidos, la Argentina y México.
Este proceso se reflejará en las primeras asociaciones que intentan nuclear a la colectividad. En 1913, los oriundos de Castro Urdiales, se agrupan en una institución cuyo lema será “todo por Castro y para Castro”, con unos doscientos socios castreños y cuyos objetivos son, desde el otorgamiento de becas de estudio para niños hasta donaciones de libros a bibliotecas, envío de dinero a instituciones de caridad, etc. Esta asociación prolongará su funcionamiento hasta entrada la década del ‘50.
En 1916 nacerá la “Sociedad Hijos de Campollo”, cuyo fin principal era realizar acciones benéficas para ese pueblo lebaniego, como por ejemplo, la construcción de una escuela y de cuatro fuentes para el abastecimiento de agua, estimular la forestación de la zona, etc. Después de un intervalo de varios años (de 1925 al ‘36), vuelven a agruparse los campollanos, esta vez en el muy concurrido por los paisanos montañeses “Bazar Picos de Europa”, en el centro porteño (Moreno 1149), coincidiendo con el comienzo de la Guerra Civil, por lo que se enviará dinero juntado en colectas destinado a los vecinos de Campollo que tuviesen problemas graves, para la compra de camillas que sean utilizadas para transportar heridos, etc.
Otra institución, la “Sociedad Lebaniega”, luego conocida como “Centro Montañés Liébana en la Argentina” (ésta fue una de las zonas más fuertemente “expulsoras” demográficamente hablando), iniciará su existencia también a partir de 1916 como forma de conservar su identidad étnica regional, no solamente a través de la práctica de sus costumbres cotidianas (alimentación típica, rituales familiares, etc.) sino también por la necesidad de generar un ámbito de interacción social mayor, en gran parte sobre el entramado de lazos de parentesco ya establecidos.
Esto se expresará a partir de la enunciación de sus fines: “mutualidad, instrucción y recreo” de parte de la Asamblea General Constituyente, integrada por 52 lebaniegos reunidos en los salones de la Asociación Patriótica Española. De esta forma, la tradicional bolera habrá de ser uno de los núcleos de reunión, realizándose numerosos concursos de este deporte tan típicamente montañés.
Como medidas asistenciales importantes tendremos el otorgamiento de un subsidio a los socios enfermos que necesitasen guardar cama y, por lo tanto, perdiesen sus jornales, sostener una escuela nocturna para dar clases a sus asociados y algo sumamente conmovedor (y que expresa el mantenimiento del vínculo con la tierra de origen y la posibilidad de que nuevas generaciones emprendiesen el camino que habían hecho ellos), consistirá en el envío de textos escolares sobre la historia y la geografía argentina para premiar a los mejores alumnos de las escuelas lebaniegas y como forma de facilitarles un eventual futuro viaje.