Una de las primeras medidas importantes que adopta el Centro es solicitar una audiencia al Presidente de la República Argentina don Marcelo T. de Alvear, para saludarlo como descendiente de cántabros, regalarle una colección de libros de don José María de Pereda y solicitarle un terreno en propiedad para instalar un campo de deportes y, en especial, una bolera. Sabemos que fueron bien recibidos y que se les respondió que se intentaría satisfacer el pedido a través del Intendente Municipal de la Ciudad de Buenos Aires.
Por la época de su fundación el “Centro Montañés”, en un informe solicitado por la “Asociación Patriótica Española” (que de alguna manera funcionaba como organismo centralizador de las instituciones españolas en el país) declara unos quinientos asociados y un capital de tres mil pesos, afirmando que continuamente se incorporan nuevos integrantes a la institución, sobre todo “distinguidos comprovincianos cuyas relevantes cualidades de inteligencia pueden conceptuarse como una garantía en la futura orientación de esta nueva entidad para bien de la Montañas y de sus hijos ausentes”.
A partir de la lectura de los Libros de Actas se puede observar el intento por cumplir con los objetivos generales propuestos, así, por ejemplo, se envía una felicitación a don Ramón Pelayo, Marqués de Valdecilla, por su obra altruista en Santander y, a la muerte de éste, en 1925 se enviará un telegrama de pésame a su viuda.
En 1924 se organiza un homenaje a la memoria de Don Marcelino Menéndez y Pelayo, junto con festivales y conferencias en su honor. Dicho homenaje contó con la presencia del Presidente de la República, el que manifestó “que se consideraba un montañés como cualquier otro”, estando la apertura del acto a cargo del Dr. Avelino Gutiérrez y haciéndose una colecta para juntar fondos para el Asilo de Ancianos Desamparados, de la calle Santa Lucía, en Santander. También se crea una Caja o Fondo para Pensiones y Becas con el nombre Menéndez y Pelayo, cuyo fin será estimular la investigación científica, estableciéndose la prioridad para los hijos de los montañeses residentes en la Argentina, pero sin exclusiones de ningún tipo.
En toda la acción de la naciente Institución, se evidenciará una permanente preocupación por difundir la cultura regional en sus múltiples manifestaciones. De esta manera, un número de la revista Cantabria será dedicado a la escritora montañesa Concha Espina, participando de los homenajes a la misma el Doctor Rafael Calzada, de reconocida acción en la Argentina. Al pintor de origen cántabro Eduardo Soria se le organizará una Exposición en la famosa y porteña Galería Witcomb. Al mismo tiempo, se logrará el enriquecimiento de la Biblioteca del Centro con numerosas donaciones y participará del gran recibimiento que se le hizo en 1926 al hidroavión Plus Ultra por parte de la comunidad española. También en ese año se realizará un homenaje al poeta Baldomero Fernández Moreno al haber recibido el Primer Premio Municipal de Poesía por su obra “Aldea Española”, en realidad montañesa, ya que, como se dijo, además de ser hijo de cántabros, parte de su infancia había transcurrido en Bárcena del Cicero.
Como expresión de la solidaridad étnica entre la comunidad cántabra, se observa el inicio y posterior fortalecimiento de cadenas profesionales (gastronomía, plantas elaboradoras de soda, etc.). Los inmigrantes sin trabajo se colocarán en los comercios y pequeñas industrias de sus paisanos. Era usual ver avisos colocados en la Secretaría del Centro Montañés, que funcionaba en ese entonces en Rivadavia 875, solicitando dependientes para cubrir las vacantes producidas.
Las fiestas campestres o “romerías”, desarrolladas especialmente en los recreos del Tigre o en los balnearios de las costas del Río de la Plata, serán una verdadera institución en la historia del Centro. Además de juntarse los asociados con sus familias y amigos, se producirá un verdadero canal de integración con la sociedad argentina, con los “criollos” o “hijos del país”. Dichas vinculaciones propiciarán casamientos donde se superarán diferencias socio-económicas o étnicas. Incluso, en muchas familias montañesas, se preferirá que sus hijos se asimilen totalmente a la sociedad receptora, por lo que muchas asociaciones del colectivo español, incluyendo ésta, se irán retroalimentando, en un gran porcentaje, por los nuevos inmigrantes que arribaban al país y, en menor medida, por los hijos y nietos de los anteriores, siendo éste un rasgo característico muy general durante las décadas del ‘20 al ‘50.
A fines de 1926 se inaugura oficialmente el nuevo domicilio del Centro Montañés, en la calle Victoria 4012 (hoy Hipólito Yrigoyen), notándose a partir de allí un gran entusiasmo de sus asociados por la actividad deportiva en general pero sobre todo en cuanto a la práctica de bolos y de pelota paleta.
Durante 1927 se celebra en la institución las “bodas de plata” del rey Alfonso XIII, o sea el 25º aniversario de su proclamación al trono y, en ese mismo año, se presenta un proyecto para la instalación de una escuela nocturna en el local social, siendo su argumentación para el pedido “la necesidad de que los jóvenes que vienen a este país y desean trabajar en el comercio tengan la preparación que hoy se requiere, ya que por lo general están en inferioridad de condiciones con otros jóvenes más capacitados que los nuestros”. Además, se organiza la bienvenida a Buenos Aires al catedrático y poeta montañés Gerardo Diego, y se produce la tan ansiada visita del Presidente de la República, el Dr. Alvear, a un banquete en las instalaciones del Centro.
En estas medidas se puede observar ese sentimiento dual que refuerza lo regional sin perder el sentido de integridad y vínculo con la nación española, como una representación específica de la idiosincrasia montañesa. Quizás la frase que mejor lo sintetice sea la pronunciada por un integrante de la Comisión Directiva de entonces, donde expresa “soy localista cuando hablo de mi aldea, ese sentimiento se prolonga por mi provincia santanderina, se hunde en la región castellana y de allí se extiende por toda España”.
De esta manera, si bien durante 1928 las asociaciones castellanas que existían en Buenos Aires se reunirán bajo la órbita del “Centro Numancia”, para consolidar un regionalismo “centrípeto”, los cántabros, a pesar de que se sentirán parte de ese principio diferenciador, no estarán de acuerdo con la posibilidad de que esa tendencia derive en un regionalismo a ultranza y, mucho menos, con un nacionalismo de carácter separatista como se evidenciaba en el funcionamiento de otras instituciones, por lo que dichas tratativas de unión no prosperarán, teniendo como resultado la no integración del Centro Montañés a esa incipiente unión institucional castellana.